José Antonio Mancebo | 20 octubre 2006
Mientras en España los rebeldes, ya casi vencedores en febrero de 1939, encarcelaban y fusilaban por doquier a todos aquellos que habían resistido de cualquier manera a la sedición, una inmensa marea humana atravesaba los Pirineos camino del incierto exilio, principalmente entre los últimos días de enero y los primeros 14 días de febrero de 1939. En esos escasos veinte días, unas 450000 personas, entre civiles y militares, muchos de ellos heridos del frente desmoronado y casi todos atacados por la aviación en los caminos hacia Francia, huyeron del avisado terror fascista que les seguía los pasos por tierra mar y aire.
Sin embargo para una buena parte de ellos el sufrimiento por la represión les alcanzaría de lleno varios meses después. En 1939 el gobierno francés fue reticente a la hora de entregar a Franco y sus cómplices a cualquier republicano español. El momento fatal llegó cuando Francia colapsó ante el avance alemán de la primavera de 1940. Animado por el ímpetu perseguidor de Serrano Súñer y del embajador en París (Lequerica), el día siguiente a la rendición francesa, se envió a Petain una lista con más de 600 españoles solicitando su control y otra con más de 3000 republicanos a la GESTAPO para su detención en la Francia ocupada. En poco tiempo cayeron Zugazagoitia, Peiró, Companys y otros, que fueron fusilados en España, y persiguieron a Azaña a quien encontraron, ya muerto, en Montauban.
Por entonces los españoles, a quienes tanto buscaban los franquistas, se habían enrolado en las Compañías de Trabajadores Extranjeros, en los Batallones de Marcha y en la Legión Extranjera. Muchos de ellos fueron hechos prisioneros por los alemanes en la primavera de 1940, y, una vez identificados en los campos de prisioneros, Stalag, con la ayuda de ficheros franceses y agentes franquistas, se inició su traslado a un campo de trabajo de desconocida dureza: Mauthausen, en agosto de ese mismo año. En septiembre Serrano visitó Berlín y se dictó la orden alemana de internamiento de todos los “rojos españoles” y combatientes de las Brigadas Internacionales en campos de concentración. Francia se había desentendido de su suerte, al fin y al cabo Vichy era un gobierno filofascista dependiente de la Alemania nazi.
Ya en el transporte en tren murieron algunos de los deportados debido al hacinamiento, y el hambre en un viaje de tres o cuatro días. Otros se desplomaron en la cuesta desde la estación al campo y ahí mismo fueron rematados de un tiro y amontonados en el camión de cola. A la entrada se apartó a los mutilados y enfermos a quienes jamás se volvió a ver. El resto, tras un periodo de cuarentena, pasaron a trabajar en la cantera de granito y en otros destinos (komandos).
Trabajar en la cantera del campo era especialmente duro. Y al retorno al recinto se subía los 186 escalones cargando con una piedra aguantando los palos de los kapos -más crueles a veces que los guardias SS-.
En enero de 1941 se inicia el envío de presos desde Mauthausen al subcampo de Gusen, situado a unos 4 km del campo central. La organización era similar pero la existencia en Gusen llegó a ser mucho más temible y aniquiladora que en el propio Mauthausen. En Gusen murieron la mayoría de los 5500 (aproximadamente) españoles y miembros de las Brigadas Internacionales asesinados en el KLM (siglas en alemán del campo de concentración de Mauthausen), y también casi todos los 96 albacetenses muertos en aquel universo concentracionario.
El catálogo de formas de morir era interminable: trabajo extenuante, comida escasa y mala, epidemias, condiciones insalubres en los locales, palizas, vigilantes sanguinarios, experimentos médicos, cámaras de gas, inyecciones letales de benceno y gasolina, etc, etc. Especialmente duros fueron el otoño y el invierno de 1941-1942. En los meses de noviembre y diciembre de 1941, los jefes SS de Gusen inventaron nuevos métodos para matar (Badeaktion): construyeron unas duchas al aire libre, con una cubeta más profunda en el centro del recinto. Cada noche sacaban a 100 o 150 presos de la enfermería y los duchaban. Los del centro, agotados, caían y se ahogaban de inmediato, a los que aguantaban los ahogaban los kapos y SS o sencillamente los mataban a palos. Los que aun así resistían eran dejados desnudos a la intemperie hasta morir. (relato de Amadeo Cinca Vendrell, superviviente de Gusen).
Muchos prisioneros se lanzaron desesperados a las alambradas electrificadas, pero la mayoría murió por los métodos ya apuntados, sobre todo en las temibles enfermerías de Gusen, especialmente los barracones 31 y 32, y también en el castillo de Harteim. Sería necesario y justo citarlos: Juan Contras López de Casas de Juan Núñez, Antonio Cebrian de Bormate, Francisco Jiménez de Villavaliente, José López Mansilla de Ontur,…hasta los 96 de Albacete enumerados antes. En ese escenario de terror y desesperanza, el tesón y la suerte permitió que hubiese algunos supervivientes, por ejemplo en Gusen Diego Monteagudo y Segundo Sáez, ambos de Pozo Lorente, Emilio Caballero de Mahora, Fernando García de Elche de la Sierra, y, destinado en otros komandos itinerantes (komando César), José Sáez Cutanda de Bormate, liberado en el subcampo de Ebensee el 6 de mayo de 1945, un día después de la liberación del campo central.
Madrid, octubre de 2006
José Antonio Mancebo