Santiago Carrillo / El País | 09 octubre 2006

Por fin se ha celebrado en Madrid una ceremonia oficial -con participación de varios ministros del Gobierno de Rodríguez Zapatero- reconociendo los méritos del doctor Juan Negrín en la defensa de la Segunda República. Me refiero a la inauguración en lo que fue el cuartel de Conde Duque de una exposición -que estará abierta hasta el mes de noviembre- sobre la trayectoria de este investigador científico que en circunstancias dramáticas llegó a ocupar la presidencia del Gobierno y los Ministerios de Defensa y Hacienda, olvidado sistemáticamente durante largos años, en los que fueron pocos los que se atrevieron a reivindicar su figura.

Sobre Negrín pesaba lo que hasta para algunos de sus correligionarios era considerado como una mancha: su coincidencia con el Partido Comunista en la política de resistencia al franquismo durante la Guerra Civil y posteriormente su posición favorable a la unidad sin exclusiones de todas las fuerzas antifranquistas. Esta actitud le valió ser acusado de «agente de Moscú» por otros líderes de su partido que propugnaban una imposible «paz honrosa» con Franco.

El doctor Negrín fue ante todo un científico prestigioso, en cuyo laboratorio se formaban investigadores tan famosos como Severo Ochoa. Fue también quien dirigió la construcción de la Ciudad Universitaria de Madrid, secundado por arquitectos tan importantes en su época como Manuel Sánchez Arcas.

Hijo de una familia burguesa de Canarias, Juan Negrín tuvo la suerte de completar su formación en Alemania, un país que entonces estaba a la cabeza de la ciencia y la técnica mundiales. Allí había comenzado a interesarse también por la política, como un ciudadano para el que no eran indiferentes los agudos problemas que entonces se vivían en la Europa de la primera posguerra mundial.

Esas inquietudes le llevaron a ingresar en el PSOE en las postrimerías de la Monarquía de Alfonso XIII. En ese momento, Negrín por su prestigio científico, era una adquisición importante para cualquier partido político.

Le vi por primera vez personalmente un día de diciembre de 1930, cuando vino a recoger a Largo Caballero en un mitin homenaje a Pablo Iglesias. Era un momento importante en la historia de este país. En ese acto, en un discreto apartado, Largo Caballero había transmitido a quien entonces era dirigente de la Casa del Pueblo de Madrid la orden -por cierto, incumplida- de desencadenar la huelga general el día 15, para apoyar el movimiento, que por decisión del Comité Revolucionario republicano, debía comenzar ese día a fin de implantar la República.

El doctor era en ese momento uno de los raros afiliados al PSOE que poseía un automóvil y con él debía llevar a Largo Caballero desde el mitin a una de las últimas reuniones del citado Comité en vísperas del acontecimiento. El coche de Negrín, conducido por él mismo, tuvo también en esos mismos días otros empleos singulares. Por ejemplo, recoger al pie de Prisiones Militares al comandante Ramón Franco, en ocasión de una conocida fuga, llevándole al lugar donde debía ocultarse hasta el día 15 en que se sublevaría a favor de la República. El doctor Negrín servía a la causa en misiones modestas pero peligrosas, para las que en cierto modo su prestigio de científico era una buena cobertura.

Proclamada la República, en las elecciones legislativas, los socialistas canarios pensaron que el doctor, por el prestigio social de la familia -además del propio- sería un excelente candidato y así se vio lanzado directa y públicamente a la política. Fue elegido diputado, formando parte de las Cortes Constituyentes de la República. Ello no le apartó sin embargo de lo que siguió siendo bastante tiempo su ocupación principal: la cátedra y el laboratorio.

Negrín no estuvo nunca integrado en lo que se consideraba la izquierda del Partido. Se alineó siempre con las posiciones centristas de Indalecio Prieto. Si el movimiento de octubre de 1934 que dirigían Largo Caballero y Prieto hubiera triunfado, Negrín como otros prietistas -el mismo Prieto, Zugazagoitia, Amador Fernández…- hubieran sido ministros del Gobierno que se iba a constituir.

En 1936, tras la elección de Azaña para presidente de la República, Negrín defendió el nombramiento de Prieto a la jefatura del Gobierno y se manifestó decidido a romper el grupo parlamentario socialista -de mayoría caballerista- y a apoyar a Prieto, en unión con los republicanos aun a costa de la división del PSOE.

Ya en la guerra, al formarse el Gobierno de Largo Caballero, Negrín fue nombrado ministro de Hacienda en el cupo que correspondía a la tendencia de don Indalecio y a propuesta de éste.

¿Por qué fue nombrado Negrín presidente del Gobierno, en vez de Prieto, tras la crisis del Gobierno de Largo Caballero en mayo de 1937? Se ha creado toda una leyenda atribuyendo el hecho a la iniciativa del PCE. Nada másfalso. El PCE hubiera aceptado la presidencia de Prieto, como aceptó su nombramiento de ministro de Defensa. Quien decidió, entre Prieto y Negrín, fue el presidente de la República, Manuel Azaña. En sus Memorias explica por qué: «Me decidí a encargar del Gobierno a Negrín. El público esperaría que fuese Prieto. Pero estaba mejor Prieto al frente de los ministerios militares, reunidos, para los que fuera de él no había candidato posible. Y en la presidencia los altibajos de humor de Prieto, sus repentes, podían ser un inconveniente. Me parecía más útil, teniendo Prieto una función que llenar, importantísima, adecuada a su talento y su personalidad política, aprovechar en la presidencia la tranquila energía de Negrín»… «Negrín, poco conocido, joven, duro, es inteligente, cultivado, conoce y comprende los problemas (sabe ordenar y resolver las cuestiones). Podrá estarse conforme o no con sus puntos de vista personales, pero ahora cuando hablo con el jefe del Gobierno ya no tengo la impresión de que estoy hablando con un muerto. Esto, al cabo de los meses, es para mí una novedad venturosa».

En efecto, Azaña fue quien optó por Negrín cuando el candidato más indicado parecía Prieto.

¿Qué sucede a partir de ese momento? Fundamentalmente un acercamiento más marcado entre la Ejecutiva del PSOE, compuesta por partidarios de Indalecio Prieto y el Partido Comunista. El comité de enlace entre ambos partidos intensifica su actividad. Después de la formación del Gobierno de Negrín, Prieto plantea ante esa Ejecutiva la necesidad de ir pensando en la posible fusión de ambos partidos, basada en el objetivo de ganar la guerra. Ese planteamiento de Prieto provoca la dimisión de dos miembros de la Ejecutiva, entre ellos Anastasio de Gracia -que formalmente es el presidente aunque esa función la ejerce realmente el mismo Prieto-, disconformes con esa perspectiva. Y esa relación unitaria entre las direcciones de los dos partidos se prolonga hasta el fin de la guerra, incluso cuando Prieto, tras la batalla de Teruel y el corte en dos de la zona republicana, ha vuelto a posiciones anticomunistas y considera derrotada la República.

Negrín acepta la presidencia del Gobierno dispuesto a apurar todas las posibilidades de ganar la guerra. Ésta era su firme voluntad. Y se apoya militarmente en las unidades del Ejército Popular más sólidas, que son esencialmente las que tienen una connotación más próxima al Partido Comunista. Negrín y la Ejecutiva del PSOE en ese momento están decididos a colaborar con los comunistas para resistir mientras haya la más mínima posibilidad.

Negrín, como los comunistas, comprendía la naturaleza del fascismo que hacía imposible la «paz honrosa». Tras la caída de Cataluña la resistencia se tornaba mucho más difícil. Pero, estando al corriente de la situación mundial, todavía había una posibilidad: aguantar hasta el estallido de la II Guerra Mundial. Y en último caso, resistir permitía ir retirándose ordenadamente y organizar la evacuación de decenas de miles de republicanos que tras el golpe de Casado quedaron en manos de Franco y fueron vilmente masacrados.

La dirección oficial del PSOE, en la que figuraban líderes como González Peña y Ramón Almoneda, sostuvo las posiciones de Negrín, cuyas coincidencias con el PCE fueron fundamentalmente dos: mantener hasta el fin la resistencia al franquismo y más tarde, terminada la II Guerra Mundial, recomponer la unidad de todos los republicanos para recuperar la República.

Negrín nunca fue comunista. Pero, al amanecer de nuevo la democracia en España, reconocer el papel de Negrín en la guerra contra el fascismo significaba reconocer también el papel de los comunistas españoles en la defensa de la República y en la resistencia clandestina a la dictadura. Y antes que eso hubo quienes prefirieron enterrar la figura de Negrín, sumirla en el olvido y ensalzar otras que jamás estuvieron a su altura.

Recordarlo hoy ya es sólo una parte de la recuperación de la memora histórica. Y aunque pese a algunos -pero la historia es la historia- de forma indirecta, a reivindicar el papel del PCE en la lucha por la democracia.

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