La Nueva España | 4 de abril de 2007

Tal y como explica Palacios, la «huelgona» del 62 en Asturias «coincidió en el tiempo con otros paros mineros en Francia y en Bélgica, aunque allí tuvieron un estricto carácter laboral, mientras que en nuestro país se mezclaban con reivindicaciones políticas democráticas». El historiador local también certifica que los paros obreros de la primavera de 1962 enterraron definitivamente las estructuras sindicales del régimen, ya que «el Sindicato Vertical fue desbordado por las comisiones obreras, interlocutoras en las negociaciones con los ministros del Gobierno».
Además, en opinión de Palacios, el encuentro de Múnich en 1962, que reunió a representantes de la oposición franquista de los más variados sectores, se convirtió en «una respuesta a escala internacional de lo que a escala nacional habían supuesto las luchas mineras. El objetivo de aquel «contubernio», en el que participaron distintas organizaciones políticas -desde monárquicos hasta socialistas y del que sólo quedaron excluidos falangistas y comunistas-, era concienciar a la opinión pública europea sobre la violación por parte del franquismo de las libertades políticas, sindicales, de expresión y de reunión».
En una línea similar se manifiesta Rubén Vega, profesor de Historia de la Universidad de Oviedo y ex director de la Fundación Juan Muñiz Zapico, para quien el conflicto de 1962 supuso un «patrón» de resistencia obrera para el resto de España. «A partir de entonces lo que hacían los mineros asturianos se convirtió un poco en el modelo de otras provincias de España», indica Vega. A juicio de este historiador, el golpe a los cimientos del franquismo fue demoledor. «Puede que no echara abajo las paredes del franquismo, pero las resquebrajó para siempre», apunta.

Vega, que coordinó las dos publicaciones editadas hace cinco años por la Fundación Juan Muñiz Zapico sobre las huelgas del 62, certifica que el éxito de la revuelta social se debió a su inesperada y rápida propagación: «La sanción a los siete picadores de Nicolasa se transformó en una chispa que incendió toda la pradera y que desbordó incluso a las organizaciones clandestinas. Antes de 1962 los conflictos obreros habían sido muy localizados, pero en ese año se generalizó en toda España y tuvo unas repercusiones internacionales muy importantes».

Para Vega también fueron claves las contradicciones internas del régimen y la consolidación de las comisiones obreras. En una línea similar, Ernesto Burgos, profesor de Historia y experto conocedor de la historiografía de las Cuencas, concede una importancia capital al resurgimiento del movimiento obrero. «De las huelgas del 62 surgió un sindicalismo nuevo basado en las comisiones obreras. Esto dio lugar a unas estructuras sindicales totalmente renovadas, con unos representantes designados por los propios obreros y en las que todas las decisiones emanaban directamente de la asamblea; en algún sentido era un sindicalismo mucho más fresco del que puede existir ahora».

Para Burgos, la aceptación de las demandas obreras por parte del régimen socavó su autoridad y provocó que los mineros y, por extensión el resto de los trabajadores, «tomaran conciencia de su poder». «El resultado de la huelga de la primavera del 62 fue una bajada de pantalones del régimen que envalentonó a los obreros. Además fue una protesta con un gran apoyo social de otros sectores, no sólo de mineros; había un malestar latente y la «huelgona» canalizó la reacción de la gente», concluye Burgos.

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