La defensa de la capital en noviembre de 1936 se convirtió en símbolo de la resistencia antifascista

Sergio G. Martín / Público | 8 de noviembre de 2007

Alentados por la victoria en el Alcázar de Toledo, las tropas franquistas del General Valera llegan a las afueras de Madrid el 18 de octubre de 1936. Pretenden tomar café en la Puerta del Sol. No han contado con la feroz resistencia que presentará la capital.

«Madrid vivía atormentadamente, pero vivía». Con estas palabras, el Teniente Coronel Vicente Rojo describe la situación de la ciudad a principios de noviembre. Sin embargo, el pesimismo había calado en la zona republicana. El Gobierno de Largo Caballero huye a Valencia y Madrid se da por perdida. El 6 de noviembre, el General Miaja, que arrastra la derrota en Córdoba, se proclama responsable militar y político de la capital. Los presagios no pueden ser peores, pero una serie de factores otorgará a esta historia un final inesperado.

El día 7 se encuentra, en un tanque italiano, una copia del plan de batalla del ejército franquista. A su vez, la defensa de Madrid coincide con la formación de las Brigadas Internacionales, que acuden en su ayuda. Columnas de milicianos catalanes llegan desde Aragón parapetándose en el Pabellón de Farmacia de la Ciudad Universitaria. Y cómo no, un pueblo que suple el derrotismo de su gobierno y, al grito de «¡No pasarán¡», sueña con realizar lo imposible.

Un día crítico para Miaja

El 17 de noviembre, las columnas de Delgado Serrano y Barrón entran en Madrid. Toman la Fundación del Amo, la Residencia de Estudiantes y el Instituto de Higiene. A las dos de la tarde, ocupan parte de la Ciudad Universitaria, donde se lucha planta por planta. Los Brigadistas los hostigan desde la Casa de Campo.

Los partes del ejército golpista se vanaglorian de cubrir los suelos de la Universidad con los cuerpos de esos «aventureros extranjeros, de los que saquean nuestras ciudades en poder de las hordas rojas». Aun así, las tropas franquistas quedan encerradas en la ratonera en que se ha convertido la Ciudad Universitaria. Es entonces cuando Miaja y Rojo llegan a Moncloa para comprobar personalmente cómo se encuentran las defensas de Madrid.

Desde el Edificio de la Cárcel Modelo observan lo que queda del campus. Del cielo llega el ruido ensordecedor de los aviones enemigos. Por unos minutos la estridencia genera la sensación de un completo silencio y, al bajar de la cárcel, observan cómo los soldados republicanos huyen atemorizados. Pistola en mano, los hacen regresar a sus puestos.

El día se alarga lentamente y las complicaciones se agravan para el general Miaja. Llevan once días resistiendo y la cuña abierta por Delgado y Barrón le preocupan seriamente.

A las 18.45 lee a la Junta de Defensa un telegrama enviado por el presidente del Gobierno desde Valencia. En la misiva se le reprocha su estrategia, pues ha dejado «desguarnecida la defensa exterior», lo cual puede provocar que se corte la comunicación entre Levante y Madrid. Se le recuerda también la obediencia que debe a la autoridad competente. La indignación de Miaja se funde con la desesperación ante una jornada que parece no terminar nunca.

El general se dirige a la Junta, pero con el fin de leer el telegrama de respuesta, que termina así: «Con todos sus respetos, someto a su consideración la conveniencia de mi relevo por persona que merezca su confianza».

Fin de las hostilidades

Al final, tras un mes de asedio los frentes en la Ciudad Universitaria consiguen estabilizarse. Franco desistió un 23 de noviembre. Los cafés se harán esperar. Ahora, una exposición, ‘De Moncloa a Puerta de Hierro’ (Museo de América) recrea el proyecto urbanístico y cultural que supuso el complejo, inaugurado por Alfonso XIII en 1927 y que se convirtió en símbolo de la defensa de Madrid.

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