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El 30 anivesario de la legalización del PCE es reflejado estos días en la prensa, tanto nacional donde algun diario monarquico da su particular visión, como otros en varias Comunidades Autonomas, que también reflejan es sus páginas desde distintos puntos de vista, la conmemoración de la fecha del 9 de abril, sábado santo rojo.

VV.AA | 5 de abril de 2007

Pce-aniversario 05-04-2007/ Terra Actualidad/EFE
Partido sigue en lucha política, social y cultural después 30 años legalidad

El Partido Comunista de España (PCE) sigue ‘en la brecha, en la lucha política, social y cultural’, defendiendo una sociedad más democrática, justa y solidaria’, después de 30 años de haber recuperado su legalidad como formación política.

Así lo asegura este partido en un comunicado, en el que recuerda que era ‘sábado de gloria’ el 9 de abril de 1977, cuando se aceptó su alta en el registro de Asociaciones Políticas del Ministerio de la Gobernación, dos meses después de haber solicitado la inscripción.

El PCE volvía así al espacio público legal y sus banderas, con la hoz y el martillo, salían a la calle tras casi 40 años de condena al silencio y la represión.

Treinta años después, añade el comunicado, el PCE, ‘pese a las dificultades y el imparable proceso de mundialización capitalista’, sigue en la brecha, porque los tiempos han cambiado pero ‘la batalla por las ideas de futuro y la transformación de las estructuras económicas, por la defensa de las conquistas sociales y la dignidad del ser humano sigue siendo más necesaria que nunca’.

Considera que los niveles de desigualdad crecen, la precariedad y la inseguridad se extienden, la violencia y las guerras asolan el planeta y la destrucción de los recursos naturales y los mil rostros de la especulación alcanzan niveles insostenibles.

Frente a ello, el PCE sigue adelante, en primera línea, ‘en todos y cada uno de los combates, en los foros de discusión y en la calle, reivindicando una sociedad donde el reparto de la riqueza y la igualdad de oportunidades sean una realidad’, dice el comunicado.-

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El Partido Comunista «sigue en la lucha» 30 años después de su legalización

5 de abril de 2007(efe | Madrid)
El Partido Comunista de España (PCE) sigue «en la brecha, en la lucha política, social y cultural, defendiendo una sociedad más democrática, justa y solidaria», después de 30 años de haber recuperado su legalidad como formación política. Así lo asegura este partido en un comunicado, en el que recuerda que era «sábado de gloria» el 9 de abril de 1977, cuando se aceptó su alta en el registro de Asociaciones Políticas, dos meses después de haber solicitado la inscripción.

El PCE volvía así al espacio público legal y sus banderas, con la hoz y el martillo, salían a la calle tras casi 40 años de condena al silencio y la represión. Treinta años después, añade el comunicado, el PCE, «pese a las dificultades y el imparable proceso de mundialización capitalista», sigue en la brecha, porque los tiempos han cambiado pero «la batalla por la transformación de las estructuras económicas, por la defensa de las conquistas sociales y la dignidad del ser humano sigue siendo necesarias».

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El espíritu de la Transición
6 de abril de 2007/ABC-Editorial

HACE ahora treinta años, en plena Semana Santa, el Gobierno de Adolfo Suárez dio un paso decisivo en el proceso de la Transición. La «legalización» del Partido Comunista mediante su inscripción en el registro del Ministerio de Interior representó un salto cualitativo que permitió transformar un régimen autoritario en una democracia constitucional sin ruptura de la legalidad. Permanece en la memoria de los españoles una serie de recuerdos vinculados con algunos protagonistas: desde la «peluca» de Santiago Carrillo a las fiestas del PCE en la Casa de Campo, pasando por la famosa conferencia del líder comunista en el club Siglo XXI, presentado por Manuel Fraga como símbolo de la concordia y el espíritu práctico que presidió aquella etapa. A pesar de que el llamado «eurocomunismo» significó la plena aceptación del pluralismo democrático por los partidos vinculados con la Unión Soviética, sus resultados electorales desde entonces han sido muy discretos tanto en España como en otros países. No obstante, en aquella circunstancia histórica la incorporación de los comunistas a la normalidad significaba la plena homologación de nuestro sistema con el resto de los modelos europeos.

Bajo el impulso decisivo de Don Juan Carlos, la Transición fue un éxito en todos los sentidos, como lo demuestra la realidad de la España contemporánea en el plano socioeconómico y en el ámbito internacional. Es injustificable, por ello, que se pretenda cuestionar la Transición con el absurdo argumento de provocar a «ruptura» que entonces no se pudo conseguir. Peor todavía es la búsqueda de revancha disfrazada de falsa memoria histórica, porque nunca existió un supuesto pacto de silencio, sino una voluntad colectiva de mirar hacia el futuro en la búsqueda de un proyecto común. Más allá de la realidad actual de un comunismo superado por los tiempos, la legalización del PCE en 1977 significó para el proceso de Transición una especie de paso del Rubicón que ya no admitía una vuelta atrás. La presencia de personajes como Dolores Ibárruri o Rafael Alberti en los bancos del Congreso, junto con políticos procedentes del régimen de Franco, fue para la sociedad española la mejor expresión del pluralismo frente al dogmatismo. Es lamentable que algunos no hayan aprendido una lección tan importante para el futuro en la superación de muchos prejuicios históricos. Por fortuna, la madurez social permite mirar episodios dramáticos del pasado como objeto del trabajo riguroso de los historiadores, y no como una supuesta verdad oficial sobre la Guerra Civil y otros episodios dramáticos de nuestra historia reciente, porque nadie va a salir beneficiado de la reapertura de viejas heridas.

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El día que el ‘Partido’ se echó a la calle
Ocho protagonistas asturianos rememoran la legalización del PCE en el 30 aniversario del ‘Sábado Santo Rojo’ «Entonces nos acordamos de los que ya no podían estar»
6 de abril de 2007/ El Comercio de Gijón/ JOSÉ ÁNGEL GARCÍA/GIJÓN

A pesar de que han pasado treinta años, la memoria de los comunistas asturianos sigue viva. Viajan al pasado esbozando una sonrisa al rememorar aquel sábado santo en el que Adolfo Suárez, presidente del Gobierno por entonces, decretó la legalización del Partido Comunista. «Fue uno de los días más felices de nuestra vida», coinciden los protagonistas de esta historia, salpicada por las lágrimas y la emoción a la hora de recordar a todos los hombres y mujeres «que llegaron a sacrificar sus vidas por un sueño».

«Lo recuerdo por la expresión de alegría de la gente que había estado muchos años en la clandestinidad», reflexiona el dirigente del PCA y edil ovetense Roberto Sánchez Ramos. Aquel día, muchos seguidores de la organización «comprobaron la importancia de las ideas y la cohesión de las mismas».

La noticia estaba en la calle. No obstante nadie veía el día en que los deseos se convirtieran en realidad. «Nos cogió por sorpresa», señala la actual consejera de Vivienda y Bienestar Social, Laura González, que evoca aquella noche como algo «memorable».

«Estaba en el restaurante Casa Cabrera, de Avilés, cenando con un grupo de amigos. No pudimos aguantar la emoción; lloramos, reímos y acabamos cantando ‘La Internacional’», rememora.

A unos pocos kilómetros, en Sama, se encontraba Vicente Gutiérrez Solís. «Fue uno de los días más felices de mi vida, después de cuarenta años bajo el yugo de la dictadura», asegura este histórico dirigente del que entonces se conocía como ‘El Partido’. El primer pensamiento -añade- fue «para aquellos que se quedaron en la cuneta». A aquellos que hicieron posible escribir estas páginas en la historia les corresponde, al menos, un hueco grande en la memoria: «Con la legalización se demostró que valió la pena tanto sacrificio».

Ese padecimiento lo sufrió durante los años de represión Manuel García. ‘Otones’, como le conoce todo el mundo, vivió buena parte de la dictadura detrás de los barrotes de las cárceles franquistas. «Conozco todas las de España», bromea este hombre que sufrió «doce años, nueve meses y 25 días» de encarcelamiento por defender sus ideales. La carta de naturaleza para el PCE le cogió en Bilbao, donde trabajaba tras ser perseguido en Asturias por su militancia. «Brindamos por el recuerdo de todos los camaradas que estaban en prisión o que habían muerto», recapitula.

«Aquel sábado santo fue una jornada de gloria para los comunistas», asevera Eladio de Pablo, director teatral. Nada más confirmarse la noticia, los seguidores de la organización salieron a la calle con el ‘Mundo Obrero’ en las manos, distribuyéndose por distintos puntos de Gijón con banderas y megáfonos, «ganando nuestras zonas de libertad».

En aquel grupo de militantes y simpatizantes también se encontraba el actual portavoz de IU en el Ayuntamiento de Gijón. Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’, asegura que la salida de la clandestinidad permitió a muchos ciudadanos ver que los comunistas «no teníamos cuernos ni rabo. Éramos gente normal y trabajadora que ya estábamos en las fábricas o en los movimientos vecinales».

Aunque por aquel entonces no era militante del PCE -sí lo era de Comisiones Obreras-, Luis Felipe Capellín vivió en primera línea el final de la represión contra los comunistas. «La decisión del Gobierno colocó en primer plano las libertades y la democracia real. La sensación que teníamos es que se ponía punto y final a una etapa muy dura», señala.

Tampoco era militante, pero ‘cortejaba’ con los círculos comunistas, un joven Gaspar Llamazares. El actual coordinador general de Izquierda Unida, que pertenecía por aquel entonces al movimiento estudiantil de la Universidad Autónoma de Madrid, reconoce que «tenía muchas más esperanzas en el cambio de las que luego se produjeron con la legalización del partido».

«Fue la demostración de que España caminaba hacia la democracia», señala el actual dirigente de IU. Sin embargo ese camino no fue sencillo. El resto de fuerzas políticas, incluido el PSOE, estaban dispuestos a aceptar unas elecciones sin el PCE. «Hubieran sido unos comicios amañados. Una democracia tutelada», indica Eladio de Pablo.

Esta opinión es compartida por otros protagonistas como Luis Felipe Capellín. A su juicio, «supongo que valorarían que poner una democracia en marcha sin el PCE no se entendería fuera de España».

«El único apoyo que teníamos éramos nosotros mismos y la base social que se formó», añade Sánchez Ramos, que atribuye a la presión social la salida del partido de la clandestinidad.

No obstante, todos coinciden en señalar el responsable papel que jugó el entonces presidente del Gobierno. «Sabía de la importancia de legalizar el partido», asegura Laura González, que rememora el encuentro que Adolfo Suárez tuvo con el Rey para consultarle la propuesta. «El Ejecutivo no lo tuvo fácil en los días previos y sabemos que su decisión tuvo que arrastrar un coste», asegura Vicente Gutiérrez Solís, que trae a su memoria una reunión a la que asistió en Madrid donde Carrillo les informó de la marcha de las negociaciones.

Por aquel entonces había temor de que los vestigios de la dictadura dieran sus últimos coletazos tras la legalización del PCE. «Pensábamos que la extrema derecha no se iba a ir de forma callada al basurero de la historia», replica Llamazares.

Pocos meses antes, la ultraderecha había enseñado sus garras con el asesinato de cuatro abogados laboralistas y un conserje en un despacho del barrio madrileño de Atocha. Laura González admite que temió represalias de esos sectores y buena prueba de ello, afirma, fue la reclusión que sufrieron un grupo de militantes en el campo de fútbol de Llaranes. «Sabíamos que andaban tranquilamente por Avilés los mismos que habían asesinado a mi abuelo», lamenta.

«Si no teníamos miedo cuando estábamos en la clandestinidad no lo íbamos a tener después de la legalización», asegura ‘Churruca’ quien, a pesar de todo, admite su recelo «hacia una derecha franquista muy consolidada».

Transcurrido el tiempo, hay un lamento común. Los horizontes que se abrían con la legalización del partido se fueron convirtiendo en nubarrones. Con el paso de los años el PCE perdió su popularidad y una parte importante de su base social. Del mismo modo, muchos de aquellos que perdieron su vida en defensa del comunismo no han tenido todavía la merecida recompensa. «Es absurdo que aún estén en deuda con estos compañeros», remarca Gutiérrez Solís.

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Suárez y «la prueba del algodón»
POR CONSUELO ÁLVAREZ DE TOLEDO. 6 de abril de 2007 MADRID.

«¡Pero no os dais cuenta de que se ha hecho detener!». La reacción del presidente del Gobierno dejó sorprendidos a los altos cargos del Ministerio de la Gobernación que acababan de informarle de la detención de Santiago Carrillo en Madrid. Lo que faltaba en la agenda de Adolfo Suárez aquel 22 de diciembre del 76, después de llevar once días secuestrado por el Grapo el presidente del Consejo de Estado, Antonio M. Oriol.

El Rey había acertado de pleno al designar a Adolfo Suárez para conducir la Transición. Don Juan Carlos estaba convencido de que sin la participación del PCE la democracia no sería posible. Para llegar al día «D», 9 de abril de 1977, y la hora «H», cuando Alejo García dio la noticia en el informativo de la noche de Radio Nacional, sería imprescindible el valor, más que probado, de Adolfo Suárez; la osadía, que algunos confundieron con imprudencia, también. Pero sobre todo un profundo sentido del Estado en aras del cual no preservó para sí mismo ni el más mínimo sentido del poder.

Pocos, muy pocos, conocen la intrahistoria de la legalización del PCE vista desde el ala oeste de La Moncloa. Porque de la peripecia de Santiago Carrillo, peluca incluida, está todo escrito. Aunque ahora, cuando la mezquindad intenta apoderarse de la historia reciente de España, en un intento estúpido de reescribir las propias vivencias, hay quienes se empecinan en restar grandeza a uno de los momentos cruciales del nacimiento de la democracia.

Desconfianza y escepticismo
Porque todo aquello sucedió a fuerza de voluntad; contra el viento del inmovilismo y la marea de algunos oportunistas que chocaban inútilmente con la voluntad de un presidente surgido entre la desconfianza y el escepticismo. España, en los primeros meses de 1977 era un infierno. En enero, además de manifestaciones a diario, asesinatos a cargo de los guerrilleros de Cristo Rey y del Grapo, desmantelamiento de la organización del Movimiento, el Grapo vuelve a dar otro golpe de audacia secuestrando al presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar, el teniente general Villaescusa. Pero, sobre todo, el día 24 dos pistoleros pagados por el secretario general del sindicato de Transportes mataron a cuatro abogados y a un colaborador del despacho de laboralistas que el PCE tenía a disposición de Comisiones Obreras en la calle de Atocha de Madrid. La respuesta que el Partido supo dar a aquel bárbaro asesinato fue uno de los factores que abrieron las puertas de la normalidad no sólo a los comunistas sino al proceso de transición y con él a la convivencia nacional en democracia.

Tachado de desleal, de perjuro y de traidor por los franquistas residuales; los pusilánimes, que le aconsejaban una transición por entregas, auguraban lo peor. Incluso el PSOE, que libraba con el PCE una dura pugna por la hegemonía futura de la izquierda, se mostraba dispuesto a tolerar la exclusión de los comunistas en un primer momento. Pero Adolfo Suárez estaba convencido de que el PCE iba a ser «la prueba del algodón» para la credibilidad del cambio democrático. Contaba para ello con la ayuda de personas que, sin ser precisamente de izquierdas, compartían la idea de que la participación de los comunistas era imprescindible.

A su vez, Suárez intuyó que contaba con armas para jugar a fondo la batalla por la legalización de los comunistas. El centralismo democrático característico de la organización garantizaría el éxito de la conducción que Carrillo sin duda acometería. Su concurso podría ser interesante para mantener dentro de límites razonables las tensiones centrifugadoras de los emergentes nacionalismos periféricos. Y, tan importante como todo lo anterior, la moderación de los comunistas empujaría en el mismo sentido a los socialistas, dirigidos por un equipo más joven y osado sin duda que el viejo y escarmentado resistente frente a la dictadura franquista.

Respuesta instantánea
Siguiendo las normas, el Tribunal Supremo era la institución competente para legalizar al PCE. La Sala IV fue designada para fallar la consulta del Gobierno, pero se fueron acumulando dificultades que parecían insalvables. La respuesta de Adolfo Suárez fue instantánea. Después de disolver la organización del Movimiento, el 1 de abril precisamente, hasta entonces «día de la victoria», suprimir la censura de prensa, decretar la libertad de sindicación y convocar las primeras elecciones generales libres, recabó la opinión, de forma discreta e individualizada, de buena parte de su Gobierno sobre la posible legalización del PCE después de contar con el informe positivo de la Fiscalía del Estado. Desde el «sí» de la mayoría al «si no existe otro remedio…» todos le dieron su apoyo. El Jueves Santo, 7 de abril, prácticamente todos tomaron unos días de vacaciones. Sólo Gutiérrez Mellado quedaba en Madrid. El Rey estaba en Francia.

En la mañana del sábado día 9, Sábado de Gloria, el titular de Gobernación, Rodolfo Martín Villa, regresó a Madrid en helicóptero oficial. El fiscal general acaba de emitir su informe favorable a la luz de los nuevos estatutos que Ramón Tamames había presentado semanas atrás en el Registro. Poco después del almuerzo, el partido de La Pasionaria y Carrillo quedaba inscrito por orden del ministro, cuyos nervios le jugaron una curiosa pasada: iba sin la firma correspondiente.

A las diez de la noche, Alejo García, director del informativo de Radio Nacional carraspeó incrédulo ante la noticia que no pudo leer sino al segundo intento. España cerraba así el primer paréntesis tranquilo del año. La alegría desbordada en las calles de los militantes se topaba con la incredulidad de la inmensa mayoría y la desolación de los guardianes de las esencias del régimen anterior.

Treinta años después Adolfo Suárez es testigo obligadamente mudo de esta historia. Y Santiago Carrillo se ha apuntado a la teoría de la revisión oportunista que se empecina en restar grandeza a la construcción de la democracia. Pero la legalización del PCE fue uno de los hitos fundamentales de la normalidad ciudadana, del trasvase a la política lo que en la calle era ya normal. Sin miedos ni rencores. Dos meses más tarde los españoles confiaron el gobierno del cambio democrático a quienes más votos tuvieron, no a quienes más chillaban en la calle.

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AL GRANO
La bandera del pacto
JUAN NEIRA/ 6 de abril de 2007/El Comercio de Gijón

Se cumplen este fin de semana los treinta años de la legalización del Partido Comunista de España (PCE), tiñendo a los supervivientes de nostalgia: banderas rojas, mítines multitudinarios (Carrillo llenó El Molinón, Azcárate la plaza de toros de Oviedo, e Ibarruri Ganzábal). Aunque las evocaciones emotivas distorsionan la historia, en algo tienen razón los supervivientes: ¿quién tuviera treinta años menos! Aún a riesgo de contrariar a los comunistas de entonces, vamos a analizar el modo en que se legalizó el PCE.

El relato oficial habla que el PCE, con sus movilizaciones, forzó la legalización, y que Suárez tuvo el gesto valiente de llevarla a cabo, desafiando a los militares. Yo creo que el 9 de abril de 1977 culminó un largo proceso de negociación llevado a cabo entre Suárez y Carrillo, que implicó renuncias para ambas partes. Un año antes, el PCE cambia la consigna de «ruptura democrática», por «ruptura pactada», en un primer guiño a las fuerzas del Franquismo. En el referéndum de la Reforma Política, preconiza la abstención, pero con un ojo puesto en la campaña electoral de primavera.

El 7 de marzo, Carrillo convoca la cumbre eurocomunista en Madrid, con Berlinguer y Marchais, y un mes más tarde llega la legalización del partido. ¿En qué había cedido Carrillo? A los ojos de todos estaba: tras la reunión del Comité Central, la dirección comunista comparece ante la prensa con la bandera de España cubriendo la mesa.

El PCE acepta la legalidad que propone Suárez. Carrillo, para justificar el cambio de bandera, dice, en tono dramático, que quizás en esas horas esté todo pendiendo de un hilo en alusión al malestar de los generales. Esa apelación a un supuesto intento de golpe de Estado la va a repetir durante el verano, tras las primeras elecciones democráticas, con motivo de la huelga de la construcción, para justificar la extravagante petición de un gobierno de concentración nacional, en el que estén todos los partidos representados.

Si traigo a relucir aquellos hechos es para sacar una conclusión: desde la muerte de Franco, todos los cambios llegaron por la vía del pacto, aunque, a veces, fuesen secretos. Las movilizaciones que no conducen al pacto son mero teatro y producen frustración en la ciudadanía.

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El año que los comunistas celebraron el Sábado Santo. Por Germán Yanke/ 6 de abril de 2007

El Sábado Santo de 1977, pronto, por la mañana, el presidente Adolfo Suárez cogió el teléfono y llamó a José Mario Armero, el abogado y amigo que desde meses atrás le servía de intermediario con Santiago Carrillo: «Hoy vamos a legalizar al Partido Comunista», le dijo. Armero, uno de los personajes más elegantes del foro, magníficamente relacionado, aparentemente siempre sonriente y tranquilo, no pudo evitar el torbellino de los nervios. Quizá por eso, para no esperar los acontecimientos dando vueltas por su casa, se fue al Rastro. Suárez, mientras, se colocaba delante de un tablero que sabía arriesgado.

Aprovechando las vacaciones de Semana Santa, y dando una muestra de generosidad que quizá a algunos extrañara, el presidente había enviado de vacaciones, fuera de Madrid, a la mayoría de sus colaboradores y ministros. Sólo cinco miembros del Gabinete quedaban junto a él para vivir unas horas en las que casi todo estaba preparado y casi todo era impredecible. A primera hora estaba convocada la Junta de Fiscales que, tras varias horas de tensa reunión, resolvió que el Partido Comunista de España no incurría en ninguno de los supuestos directos de asociación ilícita contemplados en el Código Penal. El dictamen servía para que, inmediatamente después, se diera por buena la resolución, preparada previamente, por la que el Ministerio de Gobernación, encabezado en aquel momento por Rodolfo Martín Villa, aceptara la inscripción del PCE en el registro de Asociaciones Políticas. No sólo José Mario Armero estaba intranquilo: las prisas y los nervios hicieron que el ministro olvidara firmar el documento, lo que repararía formalmente cuando ya la UCD había abandonado el Gobierno.

Pero el Partido Comunista estaba ya legalizado. Y se trataba, en las circunstancias de una transición política llena de dificultades y recelos, de una decisión tan arriesgada como fundamental. El comunismo había sido el gran enemigo formal y simbólico del franquismo, el chivo expiatorio de todos los males y la encarnación de todos los valores que se oponían al Régimen. Ahora que en la derecha del espectro político adquieren influencia y poder los llamados neoconservadores, caracterizados en su origen por un potente anticomunismo, conviene destacar que el del franquismo era de otro orden. Los neoconservadores, que se organizan en el comienzo de la Guerra Fría, veían en el comunismo el fracaso de las buenas intenciones, el desastre de una ingeniería social que, por unos objetivos igualitarios, impedía la libertad de los ciudadanos y la misma eficacia de las políticas propuestas. Para el franquismo era realmente otra cosa: la suma de todos los males, el enemigo de los valores sociales y religiosos en los que se asentaba. Por eso, incluso los dirigentes del Régimen y del Ejército que habían aceptado, tras la muerte de Franco, la necesidad de reformas y la vía hacia la democracia, se oponían frontalmente a su legalización. Se lo habían exigido a Adolfo Suárez y creían contar con su compromiso.

Pero el presidente, en la recámara de sus reflexiones sobre la Transición, sabía que esa negativa era un problema. Conocía la influencia del PCE en la oposición, que debía dar su visto bueno al cambio, y pensaba que, en las elecciones previstas para junio, todos tenían que estar presentes. El reconocimiento internacional y el éxito interno de un acuerdo amplio sobre las reformas que quería impulsar, lo exigían.

Precisamente por ello llevaba meses de cavilaciones y negociaciones secretas con Santiago Carrillo, en las que José Mario Armero era el discreto y apasionado intermediario. Carrillo, clandestinamente, ya había estado en España con el traje nuevo que le compró su amigo Lagunero y la famosa peluca. Detenido y puesto en libertad, había organizado algunas reuniones con los dirigentes del partido y líderes comunistas europeos. Pero no las tenía todas consigo, no sabía si, en la partida que se jugaba, ganarían los partidarios o los enemigos de la legalización. Estos últimos, desde luego, no podían imaginar que, a finales de febrero de ese año, se había celebrado una de las reuniones más secretas y sorprendentes.

Porque no deja de ser sorprendente que el presidente del Gobierno, secretamente, se subiera en el coche de Armero para, con las cautelas y los cambios de planes de una película de espías, llegar a la casa que su amigo tenía a las afueras de Madrid para entrevistarse con el secretario general del PCE. Este, con un despliegue similar, se desplazó en el automóvil de la esposa de Armero después de desembarazarse de la recelosa vigilancia de su hijo y otros compañeros del partido. En ese encuentro, de todos modos, Carrillo no logró arrancar a Suárez el compromiso de la legalización, en la que insistió una y otra vez. «Me ha quitado usted muchas horas de sueño», parece que le dijo el presidente, aunque no dio su brazo a torcer. El dirigente del PCE pensaba que la misma reunión era prueba de la actitud favorable de Suárez, pero este le dijo que no, que lo mejor era que acudiesen a las elecciones de junio como independientes. Tablas, por tanto, pero Carrillo tenía razón acerca de las intenciones del presidente, aunque comprendía que precisaba garantías y gestiones previas.

Siguieron las negociaciones, aunque la fecha exacta sólo la sabía Suárez. Carrillo no quería que coincidiese con la Semana Santa, e incluso argumentó con los sentimientos religiosos de muchos de sus militantes. A Suárez, sin embargo, le convenían esas jornadas para que el impacto que iba a producir se atemperase de algún modo con las vacaciones y el carácter religioso de las mismas. No quiere que Carrillo esté en España y éste se instala en la villa que Teodulfo Lagunero tiene en la Costa Azul.

José Mario Armero llama a La Moncloa desde un bar del Rastro. Ya está todo hecho. Poco después se pone en contacto telefónico con Carrillo y pactan la declaración que éste va a hacer, fechada en Cannes y suscrita a media tarde. El líder comunista aún tiene que hacer algunas correcciones a su texto manuscrito porque Suárez no quiere elogio alguno, sino más bien lo contrario. Carrillo teme pasar por un desagradecido radical en circunstancias como aquellas y, al final, se limita a señalar que el presidente Suárez no es precisamente un amigo de los comunistas, sino un anticomunista inteligente que quiere oponer sus ideas, en el debate y en las urnas, a las del PC cuya legalización se anuncia en ese momento.

Poco después, la declaración es hecha pública por Europa Press, la agencia de noticias que preside precisamente José Mario Armero. Alejo García recoge el teletipo y da la noticia en Radio Nacional de España de forma entrecortada, tanto por el impacto como por la carrera hasta el micrófono. Unos quedan pasmados, otros enfadados, los últimos felices, aunque los militantes comunistas tienen órdenes para no mostrar entusiasmo. Obedecen. Son conscientes de la advertencia del propio presidente del Gobierno: si hay manifestaciones de alegría en la calle puede ser un pretexto para la intervención del Ejército. Hay manifestaciones pero son ordenadas. En la sede madrileña del Centro de Estudios de Investigaciones Sociales aparece por fin el cartel que anuncia Partido Comunista de España.

Pero la batalla seguía. Ese mismo sábado, los ministros militares suspenden sus vacaciones y se ponen en contacto. Las reacciones son enérgicas y encendidas en muchos sectores del franquismo y en el Ejército, sobre todo en el de Tierra y en la Marina. El ministro de Marina, el almirante Pita, dimite y en su carta da a entender que ningún otro almirante aceptará el cargo. Suárez no sabe cómo resolver el vacío de la renuncia y el efecto político de ese vacío. Quizá Buhigas, le dice el propio Carrillo, pero no está seguro. El general Gutiérrez Mellado propone a Pery Junquera, que está en la reserva: «¿Qué le parece la legalización del PCE?». «Lo lamento, pero era inevitable», responde. Es el nuevo ministro.

Carrillo vuelve a Madrid en circunstancias de máxima tensión. Para salvar la situación, el Partido Comunista, disciplinadamente, acepta la bandera rojigualda, retira la republicana, y elogia al Rey y la Monarquía. Pero el enfado militar no se ha disipado y aparece, junto a otros asuntos candentes de la política, en el golpe del 23 de febrero de 1981. La paradoja, significativa, es que aquella noche sólo tres personas permanecen sentadas en sus escaños manteniendo la dignidad de un Congreso asaltado: Adolfo Suárez, Santiago Carrillo y Gutiérrez Mellado. Los tres protagonistas de este episodio.

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«Todavía me da vergüenza cuando escucho la grabación de RNE» Alejo García Periodista
F. ÁLVAREZ/ 6 de abril de 2007/ABC

MADRID. «Señoras y señores, hace unos momentos fuentes autorizadas del Ministerio de Gobernación han confirmado que el Partido Comunista… perdón… que el Partido Comunista de España ha quedado legalizado e inscrito en el… perdón… (entra música)… Hace unos momentos fuentes autorizadas… (entra de nuevo la música)». Así de atropellado fue, hace treinta años, el anuncio de la legalización del Partido Comunista de España realizado a través de RNE. Detrás del micrófono estaba Alejo García, un periodista que empezaba entonces su carrera y a quien la emoción de dar la noticia y tener que subir una planta del edificio de Prado del Rey a toda prisa le dejó sin resuello.

-¿Es duro que se acuerden de uno por aquello después de toda una carrera en primera línea del periodismo?
-Qué le vamos a hacer. Fue una impericia de novato y de buen periodista. Era Sábado Santo y había cuatro gatos en RNE, todos los jefes estaban de vacaciones. Llamaron del Gobierno y nos dieron la noticia. Eran las diez menos tres minutos de la noche y a esa hora todas las radios de España estaban conectadas a RNE, por lo que podía haberme tomado todo el tiempo del mundo. Pero salí corriendo y subí las escaleras que entonces separan la Redacción de los Estudios y cuando tuve que hablar me faltaba el aire. A partir de ahí juntaron los dos departamentos en la misma planta.

-¿Qué le dijeron después?
-Nada, créame. La radio fundada por Franco como un medio propagandístico estaba dando una gran noticia y eso tenía un mérito enorme.

-¿Algún cachondeo de los amigos sí que habría?
-Alguno. Pero aquello únicamente fue un percance propio de un periodista de buena casta.

-¿Conserva la grabación?
-La tengo bien guardada. Cuando tenía algún éxito, al llegar a casa me ponía la cinta para recordarme que nunca hay que creérselo. Todavía me da vergüenza oír la cinta.

-¿Sigue escuchando radio ahora que está retirado?
-Sobre todo los boletines horarios de RNE. Busco información y no quiero que me líen. Las opiniones ya las pongo yo.

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Aquel sábado santo rojo
La semana política que empieza/2 de abril de 2007/ Fernando Jáuregui/ El Faro de Cartagena.

‘Sábado santo rojo’ era el título de un libro, publicado por Bardavío. Contaba intimidades acerca de la legalización, que entonces acababa de producirse, del Partido Comunista, un golpe de mano de Suárez, que le echó valor al asunto.
Contra la legalización del PCE estaba una fracción de la UCD, que sería la fracción que más tarde fortalecería, con la escisión, la Alianza Popular de Fraga; estaba también en contra una parte de la sociedad y no digamos ya los mandos militares, excepción hecha del teniente general Gutiérrez Mellado. De esto se cumplirán treinta años el próximo sábado santo.

Carrillo, secretario general del PCE, un mítico de la clandestinidad que entró ilegalmente en España, atiende a los periodistas con su lucidez implacable y pregona la necesidad de legalizar a Batasuna para pacificar el estado de cosas. Dice que algunas de estas cosas le recuerdan a lo que ocurría en los años treinta, pero está menos inquieto que en aquella época convulsa y prebélica, cuando llegó a comandar las Juventudes Socialistas: las circunstancias ahora son diferentes, aunque la fractura social empiece a ser, parecida. Y no, claro que ahora no sería posible el estallido de una confrontación como en 1936, pero el clima de rencor no es del todo distante. Claro que Carrillo lo ve desde su óptica, pero jamás desdeñe usted del todo la opinión de alguien que lleva casi un siglo viendo pasar la Historia y hasta fabricándola. Y claro que Carrillo, por mucho que haya atemperado su visión antimonárquica de antaño y sus opiniones de comunista ortodoxo, sigue echando la culpa de todo a la derecha.

Pero tiene razón, con quien charlé en una entrevista de rememoranzas, al equiparar la situación de ahora con la de hace treinta años, cuando Suárez legalizó a los comunistas, que tenían cuernos y rabo para muchos españoles que habían conocido el horror entre 1936 y 1939 desde el bando nacional. Ya he escrito en alguna ocasión que percibo paralelismos entre aquel Suárez del 77 y este Zapatero de 2007. Lo que no sé es si se atreverá a legalizar a esta Batasuna que no es aquel PCE ‘eurocomunista’. A partir de ahí, la andadura de Suárez iba a ser irregular, triunfal hasta 1979, criticada en los medios y desembocaría en su dimisión, poco antes de que un grupo de locos intentase un golpe involucionista.

Qué duda cabe de que entre los temas de meditación del presidente en sus vacaciones en Doñana tiene que hallarse la solución. Aquí no cabe hablar de marcha atrás, pero sí de riesgo de que la pesadilla continúe en vez de finalizar. Zapatero cree que tiene en sus manos esa pacificación, como Suárez creyó, ante aquel sábado santo rojo, que podría tomar las riendas de la reconciliación de las dos españas. No fue del todo así, pero, dio un gran paso hacia este objetivo. Ahora, ahora ¿qué? Pues eso: que yo creo que nos hallamos ante una de esas oportunidades en las que un estadista demuestra que lo es. ¿Lo es?.

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